Baruch Spinoza, "Etica.Apendice"

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CAPITULO I
Todos nuestros esfuerzos o Deseos se siguen de la necesidad de nuestra naturaleza, de modo que se puedan conocer o por ella sólo, como por su causa próxima, o en cuanto somos una parte de la Naturaleza que no puede concebirse adecuadamente por ella misma sin los demás individuos.
CAPITULO II
Los Deseos que se siguen de nuestra naturaleza de modo que se pueden conocer por ella sólo, son aquellos que se relacionan con el Alma en cuanto se la concibe como compuesta de ideas adecuadas; los demás Deseos no se relacionan con el Alma más que en cuanto concibe las cosas inadecuadamente; su fuerza y su crecimiento deben definirse , no por la potencia del hombre, sino por la de las cosas exteriores; los primeros Deseos se llaman acciones rectas; los segundos, pasiones; aquellos atestiguan nuestra potencia; éstos, por el contrario, nuestra impotencia y un conocimiento incompleto.
CAPITULO III
Nuestras acciones, es decir, los Deseos que se definen por la potencia del hombre o la Razón, son siempre buenas; los demás Deseos pueden ser lo mismo buenos que malos.
CAPITULO IV
Es, pues, útil ante todo en la vida perfeccionar el entendimiento o la Razón en cuanto nos sea posible; sólo en esto consiste la felicidad suprema o beatitud del hombre, porque la beatitud del hombre no es otra cosa que el contento interior, que nace del conocimiento intuitivo de Dios, y perfeccionar el Entendimiento no es tampoco otra cosa que conocer a Dios y los atributos de  Dios y las acciones que se siguen de la necesidad de la naturaleza. Por esto, el fin último de un hombre conducido por la Razón, es decir, el Deseo supremo con que se aplica a dirigir todos los demás, es el que le lleva a concebirse adecuadamente y a concebir adecuadamente también todas las cosas que puedan ser para el objeto de conocimiento claro.
CAPITULO V
No hay, pues, en modo alguno, vida conforme a la Razón sin conocimiento claro; las cosas son buenas solamente en la medida en que ayudan al hombre a gozar de la vida del Alma, que se define por el claro conocimiento y decimos que son malas únicamente aquellas que, por el contrario, impiden al hombre perfeccionar la Razón y gozar una vida conforme a ella.
CAPÍTULO VI
Puesto que todo aquello de que el hombre es causa eficiente, es necesariamente bueno, nada malo puede acaecer al hombre que no sea debido a causas exteriores; quiero decir, en cuanto es una parte de la naturaleza entera, cuyas leyes debe obedecer la naturaleza humana, y a quien está obligada a adaptarse de un numero de modos casi infinito.
CAPITULO VII
Es imposible que el hombre no sea una parte de la naturaleza, y que no siga el orden común de ella. Sin embargo, si vive entre individuos cuya naturaleza concuerde con la suya, esto mismo fecundara o alimentara su potencia de obrar. Por el contrario, si se encuentra entre individuos que no concuerden en absoluto con su naturaleza, no puede adaptarse a ellos sin experimentar un gran cambio.
CAPITULO VIII
No es permitido alejar por el medio que nos parezca más seguro, todo lo que juzgamos malo entre lo que existe en la naturaleza, o dicho de otro modo, todo lo que juzgamos capaz de impedir que podamos existir y gozar de una vida conforme a la Razón; por el contrario, no es permitido tomar para nuestro uso y utilizar de todos modos lo que juzgamos bueno y útil para la conservación de nuestro ser y para el goce de la vida conforme a la Razón; absolutamente hablando, es lícito a todos, según el derecho supremo de la naturaleza, a ser lo que juzgan conveniente para su utilidad.
CAPITULO IX
Nada puede hallarse mejor de acuerdo con la naturaleza de una cosa que los demás individuos de la misma especie; no hay, pues nada más útil para la conservación del propio ser y para el goce de la vida conforme a la Razón que un hombre dirigido por ella. Además, puesto que entre las cosas singulares no conocemos nada más valioso que un hombre dirigido por la Razón, nadie puede demostrar mejor lo que vale por su habilidad y aptitudes que educando a los hombres de modo que vivan al fin bajo la soberanía de la Razón.
CAPITULO X
A medida que los hombres están animados unos contra otros de Envidia o de cualquiera afección de Odio, son contrarios entre sí, y por consiguiente, tanto más de temer cuanto su poder es más grande que el de los demás individuos de la Naturaleza.
CAPITULO XI
Sin embargo, los corazones no se vencen por medio de las armas, sino con Amor y Generosidad.
CAPITULO XII
Es útil sobre todo a los hombres tener relaciones sociales entre sí, comprometerse y ligarse de manera que puedan formar un todo bien unido y, absolutamente, hacer lo que puede convertir en más sólidas las amistades.
CAPITULO Xlll
Esto requiere, no obstante, habilidad y cautela.
En efecto, los hombres diferentes (raros son los que viven en conformidad con los preceptos de la razón), envidiosos en su mayor parte, son más inclinados a la venganza que a la misericordia.
Para aceptarlos todos con su propia complexión u abstenerse de imitar sus afecciones, se necita un singular poder sobre sí mismo. Por otra parte, los que aplican a censurar a los hombre y a despreciar sus vicios más bien que a enseñar las virtudes, los que quebrantan las almas en lugar de darles fortaleza, son insoportables a sí mismos y los demás; muchos, incapaces de paciencia y extraviados por un celo llamado religioso, han preferido vivir entre los animales a vivir entre los hombres; así, los niños y los adolescente, no pudiendo soportar con alma firme los reproches de sus padres, se refugian en el servicio militar; prefieren las penalidades de la guerra y el poder sin control de un jefe a las dulzuras de la vida de familia con las amonestaciones paternales y aceptan dócilmente cualquier cargo con tal de vengarse de sus padres.
CAPITULO XlV
  Aunque los hombres se gobiernen en todo por lo común siguiendo su apetito sensual, la vida social tiene, sin embargo, muchas más consecuencias ventajosas que perjudiciales, es preferible, pues, soportar las ofensas con alma firme y trabajar celosamente en establecer la concordia y la amistad.
CAPITULO XV
Lo que engendra la concordia tiene su origen en la justicia, la equidad y la honradez. Los hombres soportan con trabajo, además de lo injusto y lo inicuo, lo que pasa por despreciable, y no sufren se haga burla de las costumbres admitidas en la ciudad. Para ganar el amor es necesario, ante todo, lo que se relaciona con la religión y la moralidad (véanse a este propósito los Escolios 1 y 2 de la proposición 37, el Escolio de la Proposición 46 y el de la Proposición 73).
CAPITULO XVl
La concordia es también engendrada por el Temor, pero en este caso carece de buena fe. Además, el Temor se origina de la impotencia del alma y no pertenece, por tanto, al uso de la Razón: ocurre lo mismo con la Conmiseración, aunque tenga la exterior apariencia de la Moralidad.
CAPITULO XVll
También se conquista a los hombres con larguezas, sobre todo a aquellos que no pueden procurarse lo necesario para subsistir. Sin embargo, el socorrer a cada indigente excede en mucho las fuerzas y el interés de un particular. Sus riquezas no bastarían para ello, y la limitación de sus facultades tampoco le permitiría ser amigo de todos; el cuidado de los pobres se impone, pues, a la sociedad entera y concierne sólo al interés común.
CAPITULO XVlll
Son necesarias otras precauciones distintas para aceptación de los beneficios y los testimonios de agradecimiento que se debe dar (véanse a este propósito el Escolio de la Proposición 70, y el Escolio de la proposición 71)
CAPITULO XIX
El amor sensual, es decir, el apetito de engendrar que nace de la belleza, y en general, todo Amor  que no reconoce otra causa que la libertad de alma, se cambia fácilmente en Odio, a menos, lo que es peor, que sea una especie de delirio, en cuyo caso es alimentada la discordia más bien que la concordia (véase el Escolio de la proposición 31, parte III).
CAPITULO XX
Por lo que se refiere al matrimonio, se halla ciertamente de acuerdo con la Razón si el Deseo de la unión de los cuerpos no es engendrado solamente por la belleza, sino también por el Amor de procrear hijos y educarlos sabiamente y si, además, el Amor de ambos, es decir, del hombre y de la mujer, tiene por causa principal, no solamente la belleza, sino también la libertad interior.
CAPITULO XXI
La adulación engendra también la concordia, pero mancillada con la servidumbre o la mala fe; no se conquista a nadie con más facilidad por medio de la adulación que al orgulloso, que quiere ser el primero y no lo es.
CAPITULO XXII
El Menosprecio propio tiene una falsa apariencia de moralidad y de religión; y aunque se opone al Orgullo, el que se menosprecia está, sin embargo, muy próximo al Orgullo (véase el Escolio de la Proposición 57).
CAPITULO XXIII
La vergüenza tampoco contribuye a la concordia más que en lo que puede ocultarse. Puesto que, además, la vergüenza es una especie de tristeza, no concierne al uso de la razón.
CAPITULO XXIV
Las demás afecciones de tristeza dirigidas contra los hombres son directamente opuestas a la justicia, la equidad, a la honradez, a la moralidad y a la religión; aunque la indignación tenga la exterior apariencia de la equidad, no hay ley alguna para dirigir la vida que permita a cada individuo juzgar respecto de los actos de los demás, y vengar su derecho o el de otros.
CAPITULO XXV
La modestia, es decir, el deseo de agradar a los hombres, cuando la razón la determina, tiene su origen en la moralidad (como hemos dicho en el Escolio 1 de la proposición 37). Pero si procede de una afección, la modestia es entonces ambición, es decir, un deseo con que los hombres excitan por lo común discordias y sediciones bajo un falso color de moralidad. En efecto, el que desea ayudar a sus semejantes por medio de sus consejos o acciones para alcanzar todos juntos el goce del soberano bien, trabajara ante todo para conseguir su amor; no tratara de hacerse admirar de ellos, ni de darles motivo alguno de envidia. En sus conversaciones se guardara de referirse a los vicios humanos y tendrá cuidado de no hablas más que con miramiento de su impotencia, y, ampliamente, por el contrario, de la virtud o potencia del hombre, y del camino que debe seguir para llevarla a su perfección; de manera que los hombres, no por odio o temor, sino afectados solamente de una emoción de gozo, se esfuercen en vivir, en cuanto de ellos dependa, con arreglo a los preceptos de la razón.
CAPITULO XXVI
Nos conocemos en la Naturaleza cosa alguna singular, aparte de los hombres, de que el Alma puede darnos Gozo, y en la que podemos unirnos por medio de la amistad o por algún género de relación social; por consiguiente, la regla de lo útil no exige que conservemos lo que existe en la Naturaleza fuera de los hombres, sino que podamos, conforme a esta regla, conservarlo para diversos usos, destruirlo o adaptarlo a nuestras costumbres por todos los medios.
CAPITULO XXVII
La principal utilidad que se saca de las cosas exteriores, además de la experiencia y del conocimiento adquiridos por su observación y las transformaciones que les hacemos sufrir, es la conservación del Cuerpo; por este motivo, son útiles ante todo las cosas que pueden alimentar el Cuerpo e instruirle de modo  que todas sus partes puedan desempeñar convenientemente su oficio.
En efecto, cuanto más apto es el Cuerpo para ser  afectado de muchas maneras y para afectar los cuerpos exteriores de muchas maneras también, más apta es el Alma para pensar (Proposiciones 38 y 39). Pero las cosas de esta especie parecen ser poco numerosas en la Naturaleza, y, por consiguiente, para nutrir convenientemente el Cuerpo, es necesario usar de alimentos numerosos de naturaleza distinta. El Cuerpo humano se compone de un gran número de partes de diferente naturaleza que necesitan constantemente alimentos variados, a fin de que todo el Cuerpo sea apto de igual modo para cuanto puede seguirse de su naturaleza y para que el Alma sea, por consiguiente, igualmente apta para concebir muchas cosas.
CAPITULO XXVIII
No bastarían las fuerzas de cada uno para procurarse lo necesario, si los hombres no se prestasen mutuos servicios. Pero el dinero ha llegado ser el signo en que se resumen todas las riquezas, tanto que su imagen ocupa de ordinario más que ninguna otra cosa el Alma del vulgo; no se puede, en efecto, imaginar especie alguna de Gozo a que no acompañe como causa la idea de la moneda.
CAPITULO XXIX
Sin embargo, esto no es un vicio más que entre los que buscan el dinero, no por necesidad ni para proveer a las exigencias de la vida, sino porque han aprendido el arte variado de enriquecerse y se forjan un honor con poseerlo. Estos hombres proporcionan al Cuerpo su pasto conforme a la costumbre, pero tratando de economizarlo, porque consideran como pérdida todo el dinero gastado para la conservación del Cuerpo. Los que saben el verdadero uso de la moneda, y arreglan la riqueza a la necesidad solamente, viven contentos con poco.
CAPITULLO XXX
Puesto que son buenas las cosas que ayudan a las partes del Cuerpo a cumplir su oficio, y puesto que el Gozo consiste en que la potencia del hombre, en cuanto está compuesto de un Cuerpo y de un Alma, sea acrecentada o secundada, es bueno todo lo que proporciona Gozo. No obstante, la acción de las cosas no tiene por fin que nos afecten de Gozo y su potencia de obrar se arregla no se arregla a nuestra utilidad; en fin, el Gozo se relaciona por lo común de modo completamente especial a una parte única del Cuerpo; por estos motivos (a menos que intervengan la Razón y la vigilancia), la mayor parte de las afecciones de Gozo y, por consiguiente, también los Deseos que nacen de ellas, son excesivos; a lo que se añade que bajo el imperio de una afección concedemos el primer lugar a lo que es actualmente, agradable, y no podemos aportar igual sentimiento a la apreciación de las cosas futuras (véase el Escolio de la Proposición 44 y el Escolio de la Proposición 60).
CAPITULO XXXI
La superstición parece admitir, por el contrario, que el bien es lo que aporta Tristeza y el mal lo que proporciona Gozo. Pero, como ya hemos dicho (Escolio de la Proposición 45), solamente un envidioso puede hallar placer en la impotencia y en el dolor. Cuando más grande es el Gozo que nos afecta, mayor es la perfección que conseguimos y más participamos, por consiguiente, de la naturaleza divina; nunca puede ser malo un Gozo que se funda en la inteligencia verdadera de nuestra utilidad. El que, por el contrario, dirigido por el Temor hace el bien para evitar el mal, no está conducido por la Razón.
CAPITULO XXXII
Pero la potencia del hombre es muy limitada e infinitamente inferior a la de las causas exteriores; no tenemos, pues, el poder absoluto de adaptar a nuestras costumbres las cosas exteriores. Soportaremos, no obstante, con ánimo firme, los acontecimientos contrarios a lo que demanda la consideración de nuestro interés, si tenemos conciencia de haber desempeñado nuestro oficio, sabemos que nuestra potencia no alcanza hasta permitirnos evitar dichos acontecimientos, y tenemos presente la idea de que somos una parte de la Naturaleza entera cuyo orden seguimos. Si conocemos esto clara y distintamente, la parte nuestra que se define por el conocimiento claro, es decir, nuestra mejor parte, hallará un pleno contento y se esforzará en perseverar en él. En efecto, en cuanto somos seres cognoscentes, no podemos apetecer más que lo que sí es necesario y, absolutamente, no encontrar contento más que en lo verdadero; por tanto, en la medida en que lo conocemos con rectitud, el esfuerzo de nuestra parte mejor se hallará de acuerdo con el orden de la Naturaleza entera.





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