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Libro VIII
DE LA AMISTAD
I
Después de esto síguese
tratar de la amistad, la cosa más necesarias en la vida. Sin embargo nadie
escogería vivir, aunque tuviese todos los bienes restantes. Los ricos mismos, y
las personas constituidas en mando y dignidad, parecen más que todos tener la
necesidad de amigos ¿cual seria, en efecto, la utilidad de semejante
prosperidad quitándole el hacer bien, lo cual principalmente y con mayor alabanza
se emplea en los amigos? ¿O como se podría guardar y preservar dicho estado sin
amigos? Porque cuanto mayor es, tanto es más inseguro. Pues en la pobreza
también, y en las demás desventuras, todos piensan ser el único refugio los
amigos. A los jóvenes asimismo son un auxilio los amigos para no errar; a los
viejos para su cuidado y para suplir la deficiencia de su actividad, causada
por la debilidad en que se encuentran; y a los que están en el vigor de la
vida, para las bellas acciones:
Son dos que marchan
juntos, 1
Y que, por ende,
son más poderosos para el pensamiento y la acción.
La amistad, además, parece existir
por naturaleza en el que engendra hacia lo que han engendrado, y en la prole
hacia el padre; y no solo entre los hombres, sino aun entre las aves y la
mayoría de los vivientes, y en los de una misma raza entre sí, pero
señaladamente entre los hombres, de donde procede que alabemos a los
filántropos o amigos de los hombres. Y cualquiera ha podido comprobar en sus
viajes como todo hombre es para todo hombre algo familiar y querido. La amistad, además, parece vincular las
ciudades, y podría creerse que los legisladores la toman más a pecho que la
justicia. La concordia, en efecto, parece tener cierta semejanza con la
amistad, y es a ella a la que las leyes tienden de preferencia, así como, por
el contrario, destierran la discordia como la peor enemiga. Donde los hombres
son amigos, para nada hace falta la justicia, mientras que si son justos tienen
además necesidad de la amistad. La más alta forma de justicia parece ser una
forma amistosa.
Mas no solo es amistad algo
necesario, sino algo hermoso; y así, alabamos a los que cultivan la amistad, y
la copia de amigos pasa por una de las bellas cosas que existen; y aun hay
algunos que piensan que los mismos que son hombres de bien son también amigos.
No pocas son las cosas que se
disputan sobre la amistad. Unos la hacen consistir en cierta semejanza, y dicen
que los semejantes son amigos, de donde vienen los dichos: ¨El semejante con su
semejante¨, ¨El grajo con su grajo¨ y otros parecidos. Otros, al contrario,
dicen que los semejantes se comportan entre sí, sin excepción, como los
alfareros. 2 Y a este propósito tratan de dar a su teoría una
explicación más profunda y más en consonancia con lo que pasa en la naturaleza.
Así, Euripedes3 nos dice que ¨la tierra desecada ama la lluvia, y el
cielo majestuoso, cuando esta henchido de lluvia, ama caer sobre la tierra¨. Y
Heráclito que ¨lo opuesto es lo útil¨ y que ¨de los contrastes surge la más
bella armonía¨, y que ¨todas las cosas nacen de la discordia¨.4 Pero
en oposición a todos estos están otros, particularmente Empedocles, 5
que sostienen que lo semejante tiende a su semejante.
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Dejando de lado los problemas
concernientes a la naturaleza (por no ser propios de la presente
investigación), consideremos los que atañen al hombre y pertenecen a su
carácter y pasiones, por ejemplo: si la amistad puede darse en todos, o si no
pueden los que son malvados ser amigos, así como si hay una forma de amistad o
muchas. Los que creen que solo hay una, por el hecho de que la amistad admite
más y menos, han fundado su convicción en una prueba insuficiente, ya que
también admiten más y menos cosas diferentes en especie. Pero de estos puntos
hemos ya hablado anteriormente.6
II
Podría tal vez
esclarecerse todo esto si se entiende cual es el objeto del amor, pues
evidentemente no todo es amado, sino solo lo amable, y esto es lo bueno, lo
placentero lo útil no parece ser sino aquello por donde nos viene un bien y el
placer son amables como fines.
Sin embargo ¿es el bien lo que aman
los hombres, o el bien para ellos? Ambas cosas, en efecto, están a veces en
desacuerdo; y lo mismo es con respecto al placer. Cada uno, al parecer, ama lo
que es bueno para él, y como absolutamente hablando el bien es amable, para
cada cual será amable lo que para cada cual sea un bien. De otra parte, cada
uno ama como un bien para el no el que lo es realmente, sino el que les parece
serlo. Pero eso no hace a la cuestión, pues lo amable será, en suma, lo
aparentemente amable.
Hay, pues, tres motivos por los
cuales se ama. Pero la afición que se tiene por las cosas inanimadas no se
llama amistad, por la razón de que no hay de parte de ellas reciprocidad
efectiva, ni, de la nuestra, voluntad de hacerles bien. Sería cosa ridícula
desear bienes al vino, a no ser en el sentido de que se desea conservarlo para
tenerlo a nuestra disposición. Pero en cambio, es dicho común que al amigo
se le ha de desear todo bien y por su
propio respecto.
A quienes de esta suerte desean
bienes a otro, los llamamos benévolos si no hay de parte del otro reciprocidad,
pues cuando la benevolencia es correspondida, es ya amistad.
Mas ¿no deberá añadirse que esta
reciproca benevolencia no debe estar oculta? Muchos, en efecto, tienen buena
voluntad para quienes no han visto, pero que tienen en concepto de virtuosos o
útiles, y alguno de estos podrían sentir lo mismo con respecto a aquel. Todos
ellos, pues, tiénense manifiestamente buena voluntad el uno al otro; pero
amigos ¿Quién dirá que lo son, al no percatarse de la disposición en que
mutuamente se encuentran? Para serlo, por tanto, deben descubrirse los
sentimientos de benevolencia que les animan recíprocamente y el deseo que
tienen del bien del otro por alguno de los motivos antes expresados.
III
Toda vez que
estos motivos difieren específicamente entre sí, diferentes serán también las
afecciones y amistades. Tres formas, pues, hay de amistad, iguales en número a
los objetos amables, puesto que sobre la base de cada uno de estos puede haber
mutua y reconocida afección, y los que se aman recíprocamente. Se desean mutuamente los bienes que
corresponden al fundamento de su amistad.
De ese modo, los que se aman por la utilidad,
no se aman por sí mismos, sino en cuanto derivan algún bien uno del otro. Lo
mismo los que aman por el placer, que no quieren a los que tienen ingenio y
gracias por tener estas cualidades, sino porque su tratado les resulta
agradable. De consiguiente, los que son amigos por interés, manifiestan sus
afectos por alcanzar un bien para sí mismos; y cuando es por placer, para
obtener algo para ellos placentero, y no por el ser mismo de la persona amada,
sino en cuanto es útil o agradable. Son, en suma, estas amistades, amistades
por accidente, porque no se quiere a la persona amada por lo que ella es, sino en
cuanto proporciona beneficio o placer, según sea el caso.
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Semejantes
amistades fácilmente se desatan con sólo que tales amigos no permanezcan los
mismos que eran; y así dejan de quererlos desde que no son ya agradables o
útiles. La utilidad, en efecto, no es constante, sino que según los tiempos
múdase en otra distinta. Caducando, pues, el motivo por qué eran amigos,
disuélvese también la amistad, ya que no era amistad sino por aquel motivo.
Esta especie de amistad se encuentra sobre
todo, al parecer, en los viejos (edad en la cual no se persigue ya el placer,
sino el provecho), y también entre aquellos hombres maduros y jóvenes que sólo
buscan lo que puede serles ventajoso. Amigos de esta clase tampoco están mucho
en compañía, y aun algunas veces ni se complacen en su trato ni han menester de
su conversación, a no ser cuando hayan de prestarse un servicio, porque en
tanto tienen placer uno en otro en cuanto tienen esperanza de conseguir algún
beneficio. En esta clase de amistades pueden colocarse las relaciones de
hospitalidad.
La amistad de los jóvenes parece tener por
motivo el placer. Los jóvenes, en efecto, viven por la pasión, y van sobre todo
tras lo placentero para ellos, y lo presente; pero mudándose la edad, otros
deleites sobrevienen. Por lo cual tan prono se hacen amigos como dejan de
serlo, pues su amistad cambia simultáneamente con el placer, y la mudanza de
este placer es rápida. Los jóvenes son, además, amorosos, porque la amistad
amorosa está por lo común inspirada en la pasión y fundada en el placer. Por
esto aman los jóvenes tan pronto como dejan de hacerlo, y a menudo cambian de
sentimientos en el mismo día. Sin embargo, desean pasar los días y la vida
juntos, porque de esta manera alcanzan el objeto de su amistad.
La amistad perfecta es la de los hombres de
bien y semejantes en virtud, porque éstos se desean igualmente el bien por ser
ellos buenos, y son buenos en sí mismos. Los que desean el bien a sus amigos
por su propio respecto, son los amigos por excelencia. Por ser ellos quienes
son, observan esta disposición, y no por accidente. La amistad de estos hombres
permanece mientras ellos son buenos; ahora bien, la virtud es algo estable.
Cada uno de ellos, además, es bueno en absoluto y con respecto al amigo, porque
los buenos son buenos en absoluto y provechosos los unos a los otros. Y
asimismo son agradables, porque los buenos son agradables tanto absolutamente
como sus relaciones mutuas. A cada hombre, en efecto, le son causa de placer
las acciones que le son familiares y sus semejantes; ahora bien, las acciones
de los buenos son las mismas o semejantes.
Esta amistad es, por tanto, como puede con
razón suponerse, durable. Vincúlense en ella todas las cosas que deben
concurrir en los amigos. Toda amistad es por un bien o por un placer, ya en
absoluto, ya para el sujeto activo de la amistad, y se funda en cierta amistad
reúnense todas las características antes especificadas como atributos
esenciales de los amigos, porque en ese caso los amigos son también semejantes
en las otras cualidades. Y siendo lo absolutamente bueno también absolutamente
placentero, y estos atributos los más amables de todos, síguese que el amor y
la amistad existen en su más plena y perfecta forma entre estos hombres.
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Tales
amistades son, por supuesto, raras, porque tales hombres son pocos. Hace falta,
además, tiempo y trato, pues según el proverbio, no pueden conocerse mutuamente
los hombres antes de haber consumido juntamente la sal, ni recibirse o darse
por amigos antes de que cada uno se muestre al otro amable y haya ganado su
confianza.
En cuanto a los que rápidamente entran en
relaciones de amistad, quieren seguramente ser amigos, pero no lo son aún, a
menos que ambos sean dignos de amor y que lo sepan. El deseo de amistad nace
pronto; la amistad no.
IV
Esta forma de amistas, pues, es perfecta,
tanto en su duración como en los otros respectos, en todos los cuales cada
parte recibe de la otra los mismos o semejantes bienes, como debe ser entre
amigos.
La amistad por placer tiene semejanza con la
precedente, porque los buenos son recíprocamente agradables. Lo mismo la que es
por utilidad, puesto que los buenos son también útiles los unos a los otros. Y
en estas relaciones de tipo inferior, las amistades permanecen sobre todo
cuando el uno al otro amigo le viene cosa igual, como si dijésemos igual
placer, pero no sólo así como quiera, sino un placer del mismo principio, como
pasa entre la gente de amena conversación, y no como acontece entre el amante y
amado. Estos, en efecto, no reciben su placer de las mismas cosas, sino que el
amante lo recibe de ver al amado, y éste a su vez de ser objeto de los cuidados
del amante. Y cuando la flor de la juventud se marchita, la amistad también en
ocasiones fallece, porque al uno no le es ya agradable la vista del otro, ni
éste por su parte recibe de aquél los cuidados que solía. Muchos, sin embargo,
permanecen unidos si por la intimidad han llegado a aficionarse a la condición
del otro, gracias a la conformidad de caracteres establecida entre ellos. Pero
los que no buscan un intercambio de placer, sino de utilidad en sus relaciones
amorosas, son menos amigos y menos constantes. Los que por la utilidad son
amigos, en cesando el interés se separan, porque no eran amigos uno del otro,
sino de aquel provecho.
De consiguiente, por placer y por utilidad es
posible que aún los malos sean amigos entre sí, y los buenos de los malos, y
los que no son ni los otros. Pero por sí mismos es manifiesto que los únicos
amigos son los hombres de bien, como quiera que los malos no se agradan los
unos de los otros, a no ser que les venga alguna ventaja.
La amistad de los buenos, además, es la única
que puede desafiar la calumnia, porque no es fácil dar a nadie crédito contra
aquel que por largo tiempo tiene uno experimentado. Entre la gente de bien hay
confianza, así como la seguridad de que jamás se harán injusticia, y todas las
otras cosas requeridas en la verdadera amistad. En las otras, al contrario,
nada impide que lleguen a surgir esos males.
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Puesto
que los hombres llaman amigos también a los que lo son por interés, como lo son
las ciudades (cuyas alianzas es creencia común hacerse por obtener alguna
ventaja), y puesto que asimismo se llama amigos a los que por placer se tienen
afecto recíproco, como los niños, quizá convenga que también nosotros llamemos
amigos a esa clase de gentes, sólo que distinguiendo diversas formas de
amistad, a saber:
En primer lugar y en su propio sentido, la
que existe entre los buenos en tanto que buenos; las demás por semejanza, ya
que por motivo de algún bien o por algo
semejante son amigos, como quiera que aun el placer es un bien para los que aman el placer. Con
todo, no es frecuente que estas dos especies inferiores de amistad coincidan,
ni hacen amigos por utilidad y por placer, porque no se acoplan perfectamente
las cosas que solo lo están por accidente.
Dividiéndose, pues, la amistad en estas
especies, los malos serán amigos por placer o por provecho, pues en esto son
semejantes, mientras que los buenos lo serán por sí mismos, porque en tanto que
son buenos se asemejan. Estos son, por ende, amigos absolutamente hablando;
aquellos por accidente y remedando a los primeros.
V
Así como en las virtudes unos se llaman
buenos por el hábito, otros por el acto, así también en la amistad. Unos gozan
de la convivencia recíproca y se proporciona mutuamente bienes, al paso que
otros, dormidos o separados por la distancia, no ejercitan la amistad, aunque
están dispuestos a obrar amigablemente. La distancia local no destruye
absolutamente la amistad, sino su acto. Más cuando la ausencia llega a ser
prolongada, parece como que hace poner en olvido la amistad, por lo cual se ha
dicho:
Muchas amistades desato la falta de coloquio.
Ni los viejos ni las personas ásperas se
muestran inclinados a la amistad, porque hay en ellos poco que sea placentero,
y nadie puede pasar los días con quien anda triste o con quien no es agradable,
ya que la naturaleza parece sobre todo huir de lo que causa dolor y tender a lo
que da placer.
En cuanto a los que están en buenos términos
recíprocos, pero que no conviven, puede comparárseles más bien a los benévolos
que a los amigos, porque nada es más propio de los amigos que el convivir. Si
los necesitados desean el socorro de sus amigos, los felices a su vez anhelan
pasar juntos los días. Nada conviene menos a estos hombres que estar solos.
Pero pasar la vida juntos entre si no es
posible si no son agradables ni reciben gusto de las mismas cosas, como parece
mostrarlo la camaradería.
La amistad por excelencia es, pues, la de los
hombres de bien, como hemos dicho repetidas veces, porque lo que es
absolutamente bueno o agradable parece ser amable y deseable, y para cada uno
lo es lo que para él es bueno o agradable; ahora bien, el hombre bueno es
amable y deseable para el hombre bueno por ambas razones.
La afección, por su parte, asemejase a una
emoción: la amistad a un hábito. La afección puede tener también por objeto
cosas inanimadas; pero la reciprocidad afectiva implica elección, y la elección
procede del hábito. Cuando los hombres desean bien a las personas que quieren
por consideración a estas, no es esto por emoción, sino por hábito. Por lo
demás, queriendo a un amigo quieren los hombres su propio bien, porque el
hombre bueno que ha llegado a ser un amigo, se convierte en un bien para aquel
de quien es amigo. Cada uno, por ende, ama lo que es un bien para él, y
devuelve otro tanto deseando el bien del otro y dándole contento, porque de la
amistad se dice ser igualdad, y ambas cosas se encuentran señaladamente en la
amistad de los buenos.
|
VI
En los hombres de condición áspera, así como
en los viejos, se produce tanto menos la amistad cuanto mayor sea su malhumor y
menos gusto reciban de la conversación, porque el trato fácil y la sociabilidad
tiénense por las señales y factores más característicos de la amistad. Por eso
los jóvenes se hacen prontamente amigos, y los viejos no, porque los hombres no
se hacen amigos de quienes no les agradan; y lo mismo pasa con los de carácter
agrio. Es posible, sin embargo, que los hombres de este carácter muestren buena
voluntad entre sí, puesto que se desean bien y subvienen en sus necesidades,
pero no son precisamente amigos por no pasar juntos todos los días ni agradarse
mutuamente, que son sobre todo, al pareces, las señales de la amistad.
No es posible ser amigo de muchos según la
amistad perfecta, como tampoco amar a muchos a la vez. La amistad tiene cierta
apariencia de exceso, y los sentimientos excesivos no se enderezan naturalmente
sino a una persona. No es fácil que muchos agraden vivamente a la vez al mismo
individuo, y tampoco lo es quizá que existan muchos hombres de bien. Es
preciso, además, haber cobrado experiencia mutua y alcanzado familiaridad, lo
cual es sobremanera difícil. En cambio, es posible agradar a muchos por
utilidad y por placer, pues las gentes de esta especie son muchas, y poco
tiempo piden estos servicios.
De estas relaciones la que es por placer
tiene más semejanza con la amistad, cuando las mismas cosas se reciben de una y
otra parte y ambos se complacen el uno y en el otro o en las mismas cosas.
Tales son las amistades de los jóvenes, en las cuales se encuentra más que en
otras un ánimo liberal, mientras que la amistad utilitaria es cosa de
mercaderes.
Los dichosos, por su parte, no tienen
necesidad de amigos útiles, pero sí de amigos agradables, pues desean convivir
con alguien; y por más que por corto tiempo puedan sobrellevar molestias, nadie
habrá que de continuo pueda sufrirlas, ni aun el bien mismo si le resultare
enojoso, y por esta causa se procuran amigos agradables. Convendría quizá que
éstos fuesen, al mismo tiempo que agradables, buenos en sí mismos para sus
amigos, pues así concurrirá en ellos todo cuanto es menester en los amigos.
Los que están en el poder parecen servirse de
amigos diferenciados en dos clases: unos que les son útiles y otros agradables,
no siendo muy frecuente que las mismas personas sean lo uno y lo otro. Y es que
los grandes no buscan amigos agradables con virtud ni útiles para las bellas
empresas, si no que para su deseo de placer buscan gente divertida, y para
ejecutar sus órdenes gente hábil, cosas que no se dan frecuentemente en el
mismo sujeto. Agradable y útil juntamente, como lo hemos dicho, es el virtuoso;
pero un hombre de esta especie no puede, hacerse amigo de otro que le supere en
posición, a menos que también le supere en virtud, pues de otro modo el
superado no podrá establecer la igualdad devolviendo algo proporcional. Pero
los que pueden superarle en ambos respectos no acostumbran encontrarse
frecuentemente.
|
Las
amistades de que acaba de hablarse reposan en la igualdad. Las mismas cosas
obtienen los amigos uno de otro y las mismas se desean, o bien cambian
recíprocamente una cosa por otra, como placer por provecho; pero hemos dicho
también que estas amistades son menos verdaderas y menos constantes. Por su
semejanza y desemejanza con lo mismo, parecen ser y no ser amistades. Parecen
serlo por la semejanza que tienen con la amistad fundada con la virtud, puesto
que uno tiene por objeto lo agradable, otra lo útil, y amabas cosas concurren
en la amistad virtuosa. Más por la circunstancia de que la amistad virtuosa no
está expuesta a la calumnia y es permanente, y que las otras en cambio mudan
velozmente y difieren de la primera en muchos otros respectos, no parecen ser amistades en razón de su desemenjanza con
aquélla.
VII
Mas otra forma de
amistad hay, a saber, la fundada en la superioridad, como la del padre con el
hijo, y en general la del mayor de edad con el más joven, la del marido con la
mujer, y la de cualquier gobernante con el gobernado.
Estas amistades,
sin embargo, difieren también entre sí, porque no es la misma la de los padres
con los hijos que la de los gobernantes con los gobernados, ni tampoco es la
misma la del padre con el hijo que la del hijo con el padre, ni la del marido
con la mujer que la de la mujer con el marido. A cada una de estas personas corresponde
una excelencia y una función diferentes, así como también son diferentes son
los motivos por los que se aman, por lo cual serán igualmente diferentes las
afecciones y las amistades. Cada parte, por ende, no obtiene lo mismo de la
otra ni debe procurarlo, pero cuando los hijos tributan a los padres lo que
deben a quienes los han engendrado, y los padres a los hijos a los hijos lo que
se debe a la prole, la amistad entre estas personas será durable y excelente.
En todas las amistades que lo son por superioridad, debe haber una afección
proporcional, es decir, que el mejor de los dos, o el más útil debe más ser
amado que amar, y así en cada uno de los otros casos, porque cuando la afección
es proporcionada al mérito de cada parte, se estable entonces de algún modo la
igualdad que con razón se estima ser lo propio de la amistad.
La igualdad, con
todo no parece ser la misma en las relaciones de justicia y en la amistad. En
la esfera de la justicia, lo igual en sentido primario es lo proporcionado al
mérito, y sólo secundariamente viene lo igual cuantitativo, mientras en la
amistad lo igual cuantitativo está en primer lugar, y lo igual según el mérito
en segundo. Lo cual se torna claro cuando acontece darse gran distancia entre
los amigos, sea en virtud, en vicio, en prosperidad o en otra cualquier cosa,
que no son ya amigos ni siquiera pretenden serlo. Y es esto sobre todo manifiesto en lo que
atañe a los dioses porque éstos nos sobrepasan absolutamente en todos lo
bienes. Mas también es notorio en los reyes, de los cuales los hombres que les
son muy inferiores no se tienen por dignos de ser sus amigos, como tampoco los
que nada valen esperan ser amigos de los
hombres mejores o más sabios.
En todos estos
casos no hay un límite preciso que indique hasta dónde se puede ser amigo.
Muchas condiciones pueden quitarse, y a pesar de ello subsistir la amistad.
Pero con un ser muy separado de los hombres, como un dios, ya no es posible. De
ahí el problema de si los amigos pueden realmente desear para sus amigos los
más grandes bienes, por ejemplo el llegar a ser dioses, porque entonces ya no
serán amigos para ellos, ni habrá para ellos bienes, puesto que los amigos son
bienes. Pero si estuvimos en lo justo al decir que el amigo desea bienes al
amigo por causa del amigo mismo, habrá que decir ahora que es preciso también
que el amigo permanezca siendo el mismo que en otro tiempo ha sido, y que, por
ende, sólo en tanto que el hombre se desearán para él los más grandes bienes, y
aun por ventura no todos, porque cada uno quiere los bienes sobre todo para sí.
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VIII
La mayoría, sin
embargo, a causa de la ambición, parecen desear mas ser amados que amar. Por
esto los hombres en su mayoría son amigos de los aduladores, siendo el adulador
un amigo inferior o que finge ser tal y que prefiere amar a ser amado. Pero ser
amado parece estar muy cerca de ser objeto de honor, que e a lo que el común de
los hombres aspira.
Se diría sin
embargo que no es por sí mima por lo que los hombres escogen la honra, sino por
accidente. Si los hombres en su mayor parte se complacen en el honor que
reciben de los que están en el poder, es por la esperanza de otras cosas,
porque si algo pueden desear, se imaginan que habrán de obtenerlo de sus amigos
poderosos, y agrádales así la honra como señal del favor venidero. En cuanto a
los que aspiran a verse distinguidos por hombres de bien que sepan apreciarlos,
a lo que aspiran es a confirmar la propia opinión que de si tienen, y así lo que
realmente les contenta es su propia bondad, dando crédito al juicio de los que
la publican. Pero en ser amados, los hombres complácense por ello mismo, de
donde puede inferirse que ser objeto de amor es mejor que ser objeto de honor,
y la amistad, por tanto, por si misma apetecible.
Con todo, la
amistad consiste, a lo que parece, más bien en mar que en ser amado. Lo prueba
el gozo de las madres en el amor que dan. Algunas hay que dan sus hijos a criar
en otra parte, bastándoles saber de ellos para continuar amándolos sin buscar
una reciprocidad afectiva (cuando ambas cosas son imposibles), sino que parecen
serles suficientes, a lo que puede apreciarse el ver felices a sus hijos, a
quienes prosiguen amando, aunque estos, por su ignorancia nada les tributen de
lo que es debido a una madre.
Consistiendo,
pues, la amistad sobre todo en mar, y siendo objeto de alabanza los que aman a
sus amigos, la virtud de los amigos consiste, al parecer, en el amar, de modo
que aquellas en quien este sentimiento se produce proporcionando al mérito,
esos son amigos duraderos y su amistad también.
Por este medio,
más que por otro alguno, pueden ser amigos aun los desiguales entre sí, porque
así pueden igualarse. Pero igualdad y semejanza son amistad, y sobre todo la
semejanza en la virtud. Siendo estos hombres constantes consigo mismos, lo
serán también recíprocamente, y ni han menester uno de otro servicios ruines
ni se prestan ninguno de este género, antes puede decirse que aun los evitan,
porque a los buenos pertenece no errar ellos mismos ni permitir que sus amigos
yerren. Los perversos, al contrario, nada tienen de estable, porque ni aun a sí
mismos perseveran semejantes; y así hácense amigos por poco tiempo por el
contento que toman de su maldad recíproca.
Los amigos por utilidad o por placer duran un poco más,
es decir, mientas puedan proporcionarse placeres o servicios. De los contarios,
parece provenir la amistad por utilidad por ejemplo la del pobre con el rico y
la del ignorante con el docto, porque aquello de que no se encuentra de hecho
menesteroso, ese aspira a obtener, dando en cambio otra cosa. A esta clase se
podría adscribir la relación entre el amante y el amado, así como entre el
hermoso y el feo, y por esto algunas veces dan mucho que reír los enamorados cuando
pretender ser amados como aman, pretensión que sería quizá justificada si
fuesen por igual amables, pero si nada tienen de lo que hace amable, es
ridículo.
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Mas acaso lo contrario no tiende a lo contrario por sí
mismo, sino por accidente. La tendencia, en efecto se dirige al término medio,
que consiste el bien, como para lo seco no es el bien hacerse húmedo, sino
llegar a un estado intermedio, y lo mismo para lo caliente y para todo lo
demás. Mas dejemos estas consideraciones, que son, a la verdad un tanto ajeas
nuestro actual propósito.
IX
La amistad y la justicia, según
dijimos al principio, parecer referirse a las mismas cosas y radicar en los mismos
sujetos, En toda asociación parece haber cierta justicia, y también amistad; y
así notamos darse nombre de amigos los que ¡untos navegan y los que juntos combaten,
así como los asociados en cualquier otra especie de compañía. En la medida en
que están asociados, en esa misma existe la amistad, y también la justicia. Y
el proverbio: "Todo es común entre amigos", es correcto, puesto que
en la comunidad consiste la amistad.
Entre hermanos y camaradas son verdaderamente
comunes todas las cosas. En los otros casos las cosas en común están definidas,
siendo en unos más y en otros menos; y así las amistades unas son mayores,
otras menores. Igualmente difieren las relaciones de justicia, que no son las
mismas las de los padres con los hijos y las de los hermanos entre sí, como
tampoco las de los camaradas y los ciudadanos, y así en las demás amistades.
Diferentes son también las injusticias en
cada uno de estos casos, tomando incremento según, es mayor la relación de
amistad. Así por ejemplo, es más grave despojar a un cama rada que a un
conciudadano, y no ayudar a un hermano que a un extraño, y golpear al padre que
a otro cualquiera. La justicia, por su naturaleza, crece a par de la amistad,
como que ambas existen en los mismos sujetos y tienen igual extensión.
Ahora bien, las comunidades todas son como
partes de la comunidad política, pues si los viajeros se juntan con la mira de
alguna ventaja y para procurarse algo de lo que es necesario en la vida, la
comunidad política a su vez constituyese evidentemente en su origen en gracia
al interés común, y por éste perdura. A esto es a lo que los legisladores
apuntan, y promulgan ser justo lo que redunda en provecho de la comunidad.
Las otras comunidades, por su lado, tienden
a. una utilidad parcial: los nombres de mar, por ejemplo, a la conveniencia de
la navegación, con objeto de hacer dinero o algo semejante; los soldados de un
ejército al éxito en la guerra, ya sea que les anime el deseo de la riqueza, de
.la victoria o la posesión de una ciudad; y otro tanto los miembros de la misma
tribu o del mismo distrito,
Algunas de estas asociaciones parecen
incluso constituirse por un motivo de placer, como las cofradías dionisiacas y
los clubes sociales, los cuales tienen por fin respectivamente hacer un
sacrificio o disfrutar del trato social [todas estas asociaciones, sin embargo,
están, según creemos,. bajo la asociación política, porque la república no
tiende al interés momentáneo, sino al de la vida entera], y esto aun en los
momentos en que sus miembros consuman sacrificios y tienen reuniones con
ocasión de ellos, dando honor a los dioses y procurándose a sí mismos
recreación y placer. Y es de advertirse que los sacrificios de antiguo
origen, así como esas reuniones, acostumbran hacerse después de la recolección
de los frutos (cual si fuesen sus primicias) por ser sobre todo en esta
estación cuando la gente está libre de quehaceres.
|
Todas
las comunidades, en suma, son manifiestamente parcelas de ¡a comunidad
política; y las amistades especiales de que hemos hablado corresponden a los
diferentes tipos de comunidades parciales.
X
Tres formas hay de constitución política, y
otras tantas desviaciones, que son como la corrupción de aquéllas. Estas
formas de gobierno son las siguientes: monarquía, aristocracia, y la tercera
que por estar fundada en el censo de la propiedad podría llamársela apropiadamente
timocracia, por más que la mayoría acostumbre llamarla simplemente república.
De estas formas la mejor es la monarquía; la
peor la timocracia. La desviación de la monarquía es la tiranía. Ambas son
formas de gobierno singular, pero difieren en grado máximo. El tirano, en
efecto, mira a su interés personal; el rey al de los gobernados. Porque no es
rey sino el que es perfectamente independiente y superior a sus vasallos. -en
toda suerte de bienes ..Pero un hombre de esta especie no tiene necesidad de
nada, y no tiene, por ende, por qué atender a su provecho, sino al de los
gobernados. Si no fuese tal, no sería sino un rey titular. La tiranía, por su
parte, procede del principio contrario en este respecto, porque el tirano
persigue su propio bien. Y que la tiranía es la peor manera de gobierno,
aparece más claro también en virtud del principio de que lo contrario de lo
mejor es lo peor.
De la monarquía se pasa a la tiranía porque
la tiranía es la perversión del gobierno singular, y el rey malvado se
convierte en tirano.
De la aristocracia se pasa a la oligarquía
por el vicio de los gobernantes, que distribuyen los bienes de la ciudad sin
atender al mérito, reservándose para ellos todos o la mayor parte, y dan los
empleos públicos siempre a la misma gente, haciendo sobre todo aprecio de
la riqueza, y así el poder está en manos
' de unos pocos malvados que suplantan a los más dignos.
De la timocracia se pasa a la democracia,
siendo limítrofes estas formas de gobierno, porque aun la timocracia tiene como
ideal el gobierno de la multitud, ya que todos los que son iguales en el censo
lo son en el gobierno. La democracia es, pues, la menos mala de las desviaciones,
porque no es sino una ligera desviación de la forma correcta de gobierno.
Tales son, pues, los cambios que las
constituciones están más propensas a sufrir, porque son las transiciones
menores y las más fáciles de producirse.
En las familias también podrían encontrarse
semejanzas y como arquetipos de las constituciones, Así, la sociedad del padre
con los hijos tiene figura de realeza, porque al padre incumbe el cuidado de su
prole; por lo cual Homero l0 llama padre a Zeus, y aun puede decirse que el
ideal de la monarquía es ser un gobierno paternal. Entre los persas, por el
contrario, la patria potestad es tiránica, pues los padres se sirven de los
hijos como esclavos. Cierto que la potestad del amo sobre los esclavos es
tiránica, puesto que en esta asociación lo que se busca es el provecho del
dueño, pero es, con todo, una potestad legítima, mientras que la patria
potestad de los persas falta a su finalidad, porque para diversos estados debe
haber diversos poderes.
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La
sociedad del marido y la mujer parece ser aristocrática, porque en ella manda
el varón conforme a su dignidad y en las cosas en que debe imperar el varón,
pero remitiendo a la mujer todo lo que a ella corresponde. Cuando el varón
quiere regirlo todo, cambia el gobierno doméstico en oligarquía, porque al
proceder de este modo el marido hace cosas contra su dignidad y no como
superior. Algunas veces,' empero, gobiernan las mujeres que son ricas herederas, y entonces no va el regimiento de la casa conforme a virtud, sino
por riqueza e influencia, como en las oligarquías.
La sociedad de los hermanos es de tipo
timocrático, porque son iguales, salvo en la medida en que difieran por la
edad; por lo cual, si es grande esta diferencia, no podrá ya nacer una amistad
fraternal.
La democracia, en fin, se encuentra sobre
todo en las casas sin amo, donde todos están en pie de igualdad, así como en
las que el jefe es débil y puede todo mundo obrar a su arbitrio.
XI
En
cada una de las formas
de gobierno la amistad aparece en la Misma medida que la justicia. La
amistad entre un rey y sus súbditos estriba en el exceso de beneficios, porque
el rey hace bien a sus vasallos si, siendo virtuoso, se ocupa de ellos para
hacerlos felices, como el pastor de sus ovejas; por lo cual Homero llama a
Agamenón pastor de los pueblos. Tal es asimismo la amistad del padre, aunque difiere
con la ventaja de la anterior en la magnitud de los beneficios. El padre es
causa del ser, que se mira como el mayor de los viene, así como de la nutrición
y de la educación, cosas que, por lo demás, son también atribuidas a los
ascendientes de más edad. Por la ley de naturaleza tiene el padre señorio sobre
sus hijos, los ascendientes sobre sus descendientes y el rey sobre sus
súbditos.
Fúndase estas amistades en la superioridad de
una de las partes, por lo cual se tributa honor a los ascendientes. Y por
consiguiente, la justicia que existe entre tales personas no es la misma para
ambas partes, sino en casa caso en proporción al mérito, y así también la
amistad.
La amistad del marido y la mujer es la misma
que se encuentra en la aristocracia, porque en proporción a la virtud el mayor
bien corresponde al mejor, y a cada uno lo que le corresponde, y así es también
la justicia.
La amistad entre hermanos se parece a la camaradería,
porque son iguales y casi de una edad, y siéndolo tienen de ordinario las mismas
aficiones y costumbres. A esta amistad se asemeja la que existe en el gobierno
timocrático, donde los ciudadanos tienen como ideal el ser iguales y justos,
por lo cual el mando es alternativo y por términos iguales; y así también es la
amistad.
En las desviaciones de las formas del
gobierno, así como la justicia existe apenas, así también la amistad, siendo
mínima en la peor de las desviaciones, o sea en la tiranía, en la cual hay poca
o ninguna amistad. Donde nada hay de común entre el gobernante y el gobernado,
tampoco hay amistad, puesto que no hay justicia, sino que se habrán como el
artífice y el instrumento, como el alma y el cuerpo, y como señor y el esclavo.
Las cosas inferiores, en estos casos, son ciertamente beneficiadas por el uso
que de ella se hace; pero no puede haber amistad con las cosas inanimadas, ni
tampoco justicia. Mas no siquiera puede haber amistad para un caballo o un
buey, ni para el esclavo en cuanto esclavo. Nada hay en esta relación de común,
porque el esclavo es un instrumento animado, así como el instrumento es un
esclavo inanimado. En cuanto esclavo, no puede haber amistad con él, aunque sí
en cuanto hombre, porque cierta justicia parece existir con respecto a todo
hombre en todas las relaciones en que este pueda entrar por ley o por contrato,
y por consiguiente amistad también en la medida que es hombre. Por tanto, así
como en las tiranías la justicia y la amistad apenas existen, en las
democracias existen en mucho mayor grado, porque muchas son las cosas comunes
entre quienes son iguales.
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XII
Toda amistad descansa
en una asociación, como hemos dicho; mas quizá haya que separar de la amistad
en general la amistad por parentesco, no menos que la de camaradería. En cuanto
a las amistades entre conciudadanos, entre miembros de la misma tribu, entre
compañeros de viaje y todas los demás semejantes, participan más aquellas otras
del carácter asociativo formal, porque parecen existir como en virtud de un
contrato. Con ellas se podría colocar la amistad nacida de la hospitalidad.
La amistad por parentesco, aunque ostentando
multitud de formas, depende toda de ella, como de su principio, de la afección
paterna, porque los padres quieren a sus hijos como a parte de si mismos, y los
hijos a los padres como a la fuente de su ser. Pero los padres saben que los
hijos vienen de ellos mejor de lo que los mismos hijos pueden saberlo; y el
progenitor, además, está más vinculado a la progente que la progenie al
progenitor, porque el producto pertenece al productor (como el diente o el cabello
u otra cosa cualquiera es propia del que la tiene) mientras que el productor no
pertenece al producto o le pertenece menos. Y ha de tenerse en cuenta, en fin,
la dimensión temporal, en razón de la cual los padres desde luego quieren a sus
hijos, pero los hijos a los padres andando el tiempo, cuando vienen a alcanzar
entendimiento o por lo menos percepción sensible. De todo lo cual es manifiesto
por qué las madres aman más que los padres. Así pues, los padres en general
aman a sus hijos como a si mismos, porque los seres nacidos de nosotros son
como otros yos existiendo separadamente, mientras que los hijos aman a sus
padres como a la fuente de su ser.
Por haber nacido de los mismos padres se aman entre sí los hermanos, porque su identidad con respecto a aquéllos los hace idénticos unos con otros, por lo cual suele decirse que son la misma sangre o del mismo tronco, y cosas de este tenor. Y son realmente en cierto sentido la misma cosa, aunque en seres distintos.
Por haber nacido de los mismos padres se aman entre sí los hermanos, porque su identidad con respecto a aquéllos los hace idénticos unos con otros, por lo cual suele decirse que son la misma sangre o del mismo tronco, y cosas de este tenor. Y son realmente en cierto sentido la misma cosa, aunque en seres distintos.
Mucho contribuye a la amistad la educación en
común y la comunidad de edades, porque “dos de una edad se llevan bien” y los
que tienen iguales costumbres son camaradas, por lo cual la amistad fraterna se
asemeja a la camaradería. En cuanto a los primos y demás parientes, están
unidos familiarmente por proceder de los mismos hermanos, o sea por venir, en
definitiva, de los mismos padres. Y así, unos son más familiares, otros más
extraños, según que esté cerca o lejos el principio de la estirpe.
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La
amistad de los hijos con los padres, así como la de los hombres con los dioses,
es una relación con algo bueno y superior, porque unos y otros nos han hecho
los mayores beneficios, siendo los autores del ser y de la nutrición y también,
una vez nacidos, de la educación. Asimismo esta amistad tiene más de placer y
provecho que la que hay con extraños, y tanto más cuanto más común sea nuestra
vida con esos seres.
La amistad entre hermanos tiene los mismos
caracteres que la camaradería (y mayormente si son hombres de bien y semejantes
en todo lo demás), y tanto más cuanto que los hermanos son mas familiares y se
quieren desde su nacimiento; y tanto más cuanto que son más semejantes de
carácter los que son hijos de los mismos padres y han sido criados y educados
juntos; y la prueba del tiempo, en fin, es aquí la más plena y segura. En los
demás parientes, los caracteres de la amistad se encuentran en proporción.
La amistad entre el varón y la mujer parece
ser por naturaleza, porque el hombre de su natural es más inclinado a aparearse
sexualmente que a agregarse políticamente, por cuanto el hogar es primero y más
necesario que la ciudad, y la reproducción es un carácter más común del reino
animal. Empeoro en los otros vivientes la asociación llega hasta aquí, al paso
que los hombres no sólo viven en común para hacer hijos, sino para las demás
necesidades de la vida. Así, luego se dividen los trabajos, y unos son del varón
y otros de la mujer; subviénense ambos mutuamente, poniendo sus cosas propias
en común. Por estas razones, tanto la utilidad como el placer se encuentran, a
lo que puede verse, en esta amistad. Y aun podrá estar fundada en la virtud si
los cónyugues son justos, porque casa sexo tiene sus virtud peculiar, y de este
contraste reciben ambos placer. Vinculo entre ellos, además, son los hijos (por
lo cual más prontamente se divorcian los esposos sin hijos), porque los hijos
son un bien común a ambos y lo que es común mantiene unidas a las partes.
En cuanto a cómo haya de conducirse en la
vida el varón con la mujer, y en general el amigo con el amigo, es cuestión no
distinta, al parecer, que indagar cómo deba ser la justicia entre todos ellos.
Es patente, en efecto, que no es la misma la justicia entre un amigo y su amigo
que con un extraño o con un camarada o con un condiscípulo.
XIII
Tres especies hay de amistad, como al
principio dijimos; y en cada una de ellas unos amigos lo son por razón de
igualdad y otros por razón de superioridad. Así, pueden hacerse amigos los
hombres igualmente buenos, y también el mejor del menos bueno; y de la propia
suerte en las amistades por placer o por utilidad los amigos pueden igualarse o
diferir en los servicios que presten. Siendo esto así, los amigos iguales deben
observar la igualdad igualándose en los sentimientos de amistad, así como en
todo lo demás. Los amigos desiguales, por su parte, deben igualarse prestando
el inferior algo proporcional a la superioridad del otro.
En sola la amistad que se funda en el
provecho (o en ella sobre todo) hállanse quejas y reproches, y con razón. Los
que son amigos por la virtud, al contrario, ponen su empeño en hacerse bien
recíprocamente, pues es propio de la virtud y de la amistad; y entre los que en
esto rivalizan no puede haber recriminaciones ni querellas. Nadie lleva a mal
que se le estime ni que se le hagan favores, antes si es agradecido tomará el
desquite haciendo bien al otro. Y el que en hacer bien al otro se aventaja, no
por eso se quejará de su amigo, pues ha obtenido lo que deseaba, desde el
momento que uno y otro desean el bien.
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En
las amistades por placer tampoco se suscitan ordinariamente querellas, porque
de ambas partes se encuentra al mismo tiempo aquello a que se aspira, si en lo
que se complacen es en pasar juntos su tiempo; y se pondría en ridículo el
amigo que reprochara al otro por no darle contento, toda vez que en su mano
está no pasar los días en su compañía.
En cambio, la amistad utilitaria es
quejumbrosa. Como los amigos se frecuentan en razón del propio interés, reclama
siempre cada uno lo mejor de la transacción, y se imaginan obtener menos de lo
que les debe. Y así, se quejan por no obtener todo lo que desean y que creen
merecer, mientras que los bienhechores no pueden jamás satisfacer a todas las
demandas de los agraciados.
Ahora bien, así es como lo justo es doble: lo
justo no escrito y lo justo legal, así también parece que podrían distinguirse
en la amistad utilitaria dos formas, a saber: una moral o de confianza, y otra
legal o por convenio. Y siendo asi, las reclamaciones se suscitan sobre todo
cuando las partes no cumplen sus compromisos dentro del espíritu de la misma
forma de amistad en que los contrajeron. La forma legal, pues, es la que descansa
en estipulaciones expresas, y puede ser llanamente mercantil, a toma y daca, ya
un poco más liberal cuando es a plazo, pero quedando convenio qué se ha de dar
a cambio de qué. Es esta forma la deuda es clara y no ambigua, pero la dilación
tiene un carácter amistoso. Y así, en algunos países no hay acción judicial por
estas operaciones, sino que se supone que deben estar a las resultas quienes
han contratado sobre la base del crédito. En cambio, la forma moral no descansa
en estipulaciones expresas, sino que, bien se trate de donación o de cualquier
otra prestación, en todo caso es como si se tratase con un amigo. Y sin
embargo, el acreedor espera recibir otro tanto más, puesto que no ha dado, sino
prestado, y se quejará, en consecuencia, puesto que no le anima el mismo
espíritu en la contratación y en la resolución. Esto acontece porque todos o la
mayor parte desean lo bello lo bueno,
pero eligen lo útil; ahora bien, sí es cosa bella hacer el bien sin esperar
nada en cambio, es ventajoso, por el contrario, recibir beneficios.
En consecuencia, el que pueda debe devolver
el valor de lo que recibió, y de buen grado, porque nadie debe hacerse amigo de
otro contra la voluntad de éste. Más bien debe reconocer el deudor que se
engañó en un principio al aceptar un beneficio de quien no debía hacerlo
recibido, puesto que no lo recibió de un amigo ni de nadie que lo hiciera por
el beneficio mismo; y así, debe pagar como si el favor lo hubiese recibido con
la expresa estipulación de devolverlo. Debe presumirse que en este sentido se
habría obligado en caso de poder pagar, como también que el acreedor, si espera
que le paguen, no habría contratado con persona insolvente, y en conclusión, si
el deudor puede, debe pagar. Al principio es cuando debe considerarse de quién
se recibe el favor y en qué condiciones, para saber si uno consentirá en
recibir o no el favor en esos términos.
Es discutible si un servicio debe medirse por
su utilidad para el que lo recibe, y conforme a ella efectuar la retribución, o
si debe medirse por la erogación del que presta el servicio. Los favorecidos
suelen decir que han recibido de sus bienhechores cosas de poca importancia
para éstos, y que además podrían haber obtenido de otros, empequeñeciendo de
este modo el servicio. Los bienhechores, al contrario, sostendrán que tales
cosas eran las mayores que poseían, y que el agraciado no podría haber obtenido
de otros, y que fueron dadas en circunstancias de peligro o en alguna necesidad
semejante. Pues bien, si la amistad es de aquellas que se fundan en la
utilidad, ciertamente el provecho del que recibe el servicio es la medida.
Efectivamente, éste es el que pide el servicio; y el otro, por su parte, le
subviene con la esperanza de que habrá de recibir a su vez lo equivalente. Así
pues, la asistencia presentada ha resultado ser grande como el provecho
recibido; y en consecuencia, hay que devolver al otro cuanto se ha obtenido, o
aún más, lo que es más noble. En las amistades por virtud, al contrario (aunque
en ellas no hay reclamaciones), la interacción del que presta el servicio
parece ser la medida, porque lo esencial de la virtud y del carácter moral está
en la intención.
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XIV
Aun en las amistades por superioridad pueden
surgir desavenencias cuando cada parte pretende obtener más de la otra, y
cuando esto sucede, se disuelve la amistad. Piensa el superior en virtud que
debe corresponderle más, pues al hombre bueno debe asignarse la porción mayor;
el más útil, a su vez piensa lo mismo, diciendo que el inútil no debe obtener
lo mismo que él, pues entonces sería un servicio público y ya no un servicio
amistoso si las ventajas de la amistad no estuviesen proporcionadas al valor de
las obras. Suponen ellos que así como en una sociedad mercantil perciben más lo
que contribuyen más, otro tanto debe ser en la amistad. Pero el menesteroso y
el inferior piensan lo contrario, a saber, que es propio del buen amigo
subvenir a los necesitados, pues si no ¿en qué está, dicen, la utilidad de ser
amigo de un hombre probo o poderoso, si de ellos no ha de resultar ventaja
alguna?
Uno y otro, al parecer, están en lo justo en
sus pretensiones. A cada uno debe tocarle una parte mayor del comercio
amistoso, solo que no la misma cosa, sino que al superior más honor y al
necesitado más provecho, porque el honor es el galardón de la virtud y la
beneficencia, y el provecho el auxilio a la necesidad.
Lo
mismo puede observarse también en las repúblicas. No se rinden honores a quien
no contribuye con ningún bien a la cosa pública. Lo que es común a todos no se
concede a quien no beneficia a la comunidad; ahora bien, el honor es patrimonio
público. No es posible al mismo tiempo enriquecerse con la cosa pública y
alcanzar honores. Nadie tolera recibir la parte menor en todas las cosas; y
así, al que disminuye su caudal se tributan honores, y dinero, por el
contrario, al que lo acepta, porque tener cuenta del mérito iguala las partes y
salva la amistad, como hemos dicho.
Esta
es pues la manera como se ha de entrar en relación con los desiguales: el que
recibe un provecho pecuniario o moral, debe corresponder con honores, dando en
reciprocidad lo que en su mano esté, porque la amistad no exige exactamente lo
proporcionado al mérito, sino lo posible. No en rodos los casos, en efecto, es
posible retribuir conforme a los beneficios recibidos, como en los honores que
se tributan a los dioses y a los padres. Nadie sería capaz nunca de devolverles
lo equivalente a lo que de ellos hemos recibido; pero el que le sirve según su
posibilidad, pasa por ser hombre justo.
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Por
esta razón no podría admitirse que un hijo pueda renegar de su padre, aunque si
un padre de su hijo, porque el que debe tiene que pagar, y el hijo nada podrá
hacer, haga lo que haga, que sea digno de lo que ha recibido, de suerte que
siempre estará en deuda. Sin embargo, los acreedores pueden condonar una deuda,
y el padre, por tanto, puede hacerlo con el hijo. De otra parte no parece que
pueda haber jamás nadie que repudie a un hijo, a no ser que el hijo se exceda
en maldad, porque aparte de la afectación natural, no es humano rechazar la
posible asistencia del hijo. En cuanto al hijo, si es malo, evitara socorrer a
su padre, o no será en esto muy celoso, porque los hombres en su mayoría desean
recibir beneficios, pero no hacerlos, como cosa que no rinde provecho. Y baste
con lo dicho sobre estos tópicos.
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