Cinicos "Diogenes de Sinope"


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Diógenes

Diógenes de Sínope[1] era hijo del banquero Hicesias. Diocles cuenta que hubo de exiliarse porque su padre, que poseía un banco público, había adulterado la moneda. Sin embargo, Eubúlides, en su libro sobre Diógenes, asegura que fue éste mismo quien lo hizo, conchabado con su padre. Además, el mismo Diógenes confiesa en su «Pordalo»[2]que había falsificado moneda. Cuentan algunos que, siendo encargado de la vigilancia de los trabajadores, fue inducido por éstos, y se dirigió a Delfos o a Delos, patria de Apolo, y preguntó al oráculo si debía hacer lo que le pedían que hiciera. Como el dios le autorizara a modificar las instituciones públicas, no advirtiendo el doble sentido de la expresión[3], Diógenes adulteró la moneda pública, y, al ser descubierto, fue expulsado, según unos, de la ciudad; según otros, huyó de la misma voluntariamente, por temor a las consecuencias. Hay aún quienes dicen que, habiéndole su padre confiado la moneda, éste la adulteró, el padre fue hecho preso y murió, y el hijo consiguió huir y se dirigió al Apolo délfico preguntándole, no si podía falsificar la moneda, sino qué debería hacer para alcanzar la mayor gloria; entonces recibió por respuesta el oráculo antes citado.
Llegado a Atenas, se dirigió a Antístenes. Fue rechazado por él, ya que nunca admitía alumnos, pero merced a su constante porfía consiguió al fin que aquél lo aceptase. Cierta vez lo amenazó con su bastón, pero Diógenes, ofreciendo su mejilla, dijo: «Pega, que no hay bastán tan duro que me aparte de ti, mientras piense que tengas algo que decir.»
A partir de entonces fue su discípulo y, exiliado como era, se dispuso a llevar un frugal género de vida.
Relata Teofrasto en su Mégarico que, observando en cierta ocasión a un ratón que correteaba sin rumbo fijo, sin buscar lecho para dormir, sin temor a la noche, sin preocuparse de nada de lo que los humanos consideran provechoso, descubrió el modo de adaptarse a las circunstancias. Fue el primero, dicen algunos, que dobló su manto al verse obligado a dormir sobre él: que llevó alforjas para poner en ellas sus provisiones, y que hacía en cualquier lugar cualquier cosa, ya fuese comer, dormir o conversar. Así solía decir, señalando al pórtico de Zeus y al Pompeyon[4], que los atenienses le habían provisto de lugares para vivir.
Bastón, al principio, no lo usó sino estando enfermo. Pero posteriormente lo llevaba a todas partes, no sólo por la ciudad, sino también por los caminos, juntamente con la alforja. Así lo atestigua Olimpiodoro[5], magistrado de Atenas y Polieucto, el orador, y Lisanias, el hijo de Escrión.
Encargó a uno de que le buscase una choza para vivir, pero como éste se demorara, se alojó en un barril del Metron[6], según él mismo narra en sus Cartas. En verano se revolcaba en la arena ardiente y en invierno abrazaba las estatuas cubiertas de nieve, ejercitándose ante todo tipo de adversidades.
     Se comportaba de modo terriblemente mordaz: echaba pestes de la escuela de Euclides, llamaba a los diálogos platónicos pérdidas de tiempo; a los juegos atléticos dionisíacos, gran espectáculo para estúpidos; a los líderes políticos, esclavos del populacho. Solía también decir que, cuando observaba a los pilotos, los médicos y a los filósofos, debía admitir que el hombre era el más inteligente de los animales; pero que, cuando veía a intérpretes de sueños, adivinos y a la muchedumbre que les hacía caso, o a los codiciosos de fama y dinero, pensaba que no había ser viviente más necio que el hombre. Repetía de continuo que hay que tener cordura para vivir o cuerda para ahorcarse[7].
     Viendo cierta vez a Platón que, en medio de un opíparo banquete, comía sólo olivas, le dijo: «¿Cómo el filósofo que navegó hasta Sicilia en busca de manjares como éstos prescinde ahora de los mismos?»«Por los dioses, Diógenes -repuso aquél-, también me alimentaba allí de viandas semejantes.»«Pues entonces -replicó Diógenes-, ¿para qué fuiste a Siracusa? ¿Acaso el Ática no produce olivos?»Favorino[8], sin embargo, atribuye esta anécdota a Aristipo en su Historia Varia. En otra ocasión, se hallaba comiendo higos secos y, al parecer Platón, le invitó: «Te permito participar.» Este los tomó y comió. «Te dije que podías participar -precisó-, no que pudieras comértelos.»[9].
     Mientras caminaba sobre los magníficos tapices con que Platón había alfombrado su casa para festejar la llegada de unos amigos que regresaban de ver a Dionisio, dijo: «Pisoteo la vanidadde Platón», a lo que éste replicó: «¡Cuánta vanidad muestras tú so capa de modestia!» Según otros, Diógenes había dicho: «Piso la vanidadde Platón», y éste respondió: «La pisas con tu propia vanidad.»Soción, sin embargo, en el libro cuatro de su obra[10], dice que esto lo dijo el cínico al mismo Platón.
     En otra ocasión, Diógenes le pidió vino y también higos secos. Platón le envió un cántaro a rebosar, a lo que éste comentó: «Si alguien te pregunta cuántos son dos y dos, ¿dirás que veinte?  Ni das lo que se te pide ni respondes a lo que se te pregunta.» De este modo le zahería su verborrea.
     Preguntándosele en qué lugar de Grecia había visto hombres buenos respondió: «Hombres buenos, en ninguna parte; buenos muchachos, en Esparta» Cierta vez que nadie prestaba atención a una grave disertación suya, se puso a hacer trinos. Como la gente se arremolinara en torno a él, les reprochó el que se precipitaran a oír sandeces y, en cambio, tardaran tanto en acudir cuando el tema era serio. Decía que los hombres competían en cocearse mejor y cavar mejor las zanjas[11], pero no en ser mejores[12]. Se extrañaba asimismo de que los gramáticos se ocuparan con tanto celo de los males de Ulises, despreocupándose de los suyos propios; de que los músicos afinaran las cuerdas de sus liras, mientras descuidaban  la armonía de sus disposiciones anímicas; o de que los matemáticos se dieran a observar el sol y la luna, pero se despreocuparan de los asuntos de aquí; de que los oradores elogiaran a la justicia, pero no la practicaran nunca; o de que, por último, los codiciosos echasen pestes del dinero, a la vez que lo amaban sin medida[13]. Reprochaba asimismo a los que elogiaban a los virtuosos por sudesprecio del dinero, pero envidiaban a los ricos. Le irritaba que se sacrificase a los dioses en demanda de la salud y, en el curso del sacrificio, se celebrara un festín perjudicial a la salud misma. Se sorprendía de que los esclavos, viendo a sus dueños devorar manjares sin tregua, no les sustrajeran algunos.
     Elogiaba a los que, a punto de casarse, se echaban atrás; a los que, yendo a emprender una travesía marítima, renunciaban a la misma; a los que discurrían meterse en política, pero no lo hacían; a los que se habían propuesto formar una familia, pero se rehusaban al final; a los que proyectaban vivir junto a los poderosos, pero renunciaban a ello.
     Solía decir que se debía ofrecer a los amigos la mano abierta[14].
     Narra Menipo[15] en la Venta de Diógenes que, capturado éste y puesto a la venta como esclavo, se le preguntó qué  sabía hacer: «Mandar», contestó; y al subastador le dijo: «Pregona si alguien desea adquirir un amo.» Se le prohibió que se sentara y replicó: «No importa: estén como estén, los peces siempre encuentran comprador.»
     Le maravillaba -decía- que antes de adquirir una marmita o un plato lo contrastáramos haciéndolo resonar, mientras que si de un hombre se trataba, nos contentáramos con una simple mirada.
     A Jeníades, que lo había comprado, le aseguró que debía obedecerle, aunque fuera su esclavo, del mismo modo que obedecería a un médico o a un piloto, si éstos fueran también esclavos. Eubulo, en su Venta de Diógenes, cuenta cómo educaba a los hijos de Jeníades: junto a otras materias, les enseñaba a montar, tirar con arco, honda y jabalina. Más adelante, en la palestra[16], no permitió al profesor de gimnasia que les ejercitase más de lo necesario para lograr un aspecto sano[17] y mantenerlos en buena forma física.
     Recitando de memoria los muchachos múltiples pasajes de poetas y prosistas, y de Diógenes mismo, los adiestraba de modo muy efectivo en el logro de una buena memoria[18].
En la casa les enseñaba a servirse a sí mismos, contentarse con una comida frugal y agua sola; les hacía ir con el pelo cortado al rape, sin adorno alguno, sin túnica, descalzos y en silencio; cuando salían a la calle, la mirada puesta en sí mismos. También los llevaba de caza. Ellos, por su parte, tenían a Diógenes en gran estima e intercedían por él ante sus padres. Eubulo afirma que envejeció en la casa de Jeníades y que al morir fue enterrado por sus hijos.
     A este respecto, cierta vez Jeníades le preguntó cómo quería ser enterrado, a lo que Diógenes replicó: «Boca abajo.»«¿Por qué?», quiso saber aquél.«Porque dentro de poco todo se va a poner del revés», explicó. Se refería con ello a la supŕemacía de los macedonios, encumbrados desde su anteriormente modesta posición.
Habiéndole uno invitado a entrar en su lujosa mansión, le advirtió que no escupiese en ella, tras lo cual Diógenes arrancó una buena flema y le escupióa la cara del dueño, para decirle después que no le había sido posible hallar lugar más inmundo en toda la casa. Otros, sin embargo, atribuyen esta anécdota a Aristipo.
    En otra ocasión, gritó: «¡Hombres, a mí!» Al acudir una gran multitud les despachó golpeándolos con el bastón: «Hombres he dicho, no basura.» Narra esto Hecatón en el libro primero de sus Sentencias.
Se afirma que Alejandro había dicho: «De no haber sido Alejandro, me hubiera gustado ser Diógenes.»
Llamaba Lisiados[19]no a los privados del habla o la visión, sino a los que no llevaban la alforja.
Un día se dirigió con la mitad de la cabeza rapada a cierto banquete de jóvenes, y éstos le dieron una paliza. Escribió entonces sus nombres en una tablilla y, colgándosela del cuello, se paseó por toda la ciudad, hasta que les hizo pagar su injuria, cubriéndoles de vergüenza y oprobio.
Decía de sí mismo que era un perro al que todos elogiaban, pero con el que nadie se atrevía a salir de caza[20].
A uno que se ufanaba: «En los Juegos Píticos vencí a muchos hombres», le replicó: «Yo he vencido a hombres; tú, sólo derrotaste a esclavos.»[21].
A quienes le aconsejaban: «Eres ya viejo: de ahora en adelante,descansa»,les contestó: «Si participara en una larga carrera[22], al aproximarme a la meta, ¿debería por ventura aflojar el paso? ¿No es entonces, más bien, momento de forzar la marcha? »
Siendo invitado a una comida, manifestó que no pensaba ir, pues la última vez que había ido su anfitrión no le había sabido mostrar el agradecimiento suficiente.
Caminaba con los pies descalzos por la nieve y hacía todo cuanto más arriba se ha dicho, e incluso intentó comer carne cruda, pero no pudo digerirla.
Cierta vez encontró a Demóstenes el orador almorzando en un mesón, y cuando éste se hubo retirado, exclamó:«¡Cuánto mejor estarías en la taberna!»Deseando unos extranjeros ver a Demóstenes, extendió en dirección a él el dedo medio[23], diciendo: «Ahí tenéis al demagogo de Atenas. »
Queriendo dar una lección a uno que se avergonzaba de recoger un pedazo de pan que le había caído, ató una cuerda al cuello de un cántaro y lo arrastró por todo el Cerámico[24].
Decía imitar el ejemplo de los maestros de canto coral; quienes exageran la nota para que los demás den el tono justo.
«La mayoría –aseguraba- está a un dedo de enloquecer[25]: si uno va con el dedo de en medio extendido, se le tiene por loco; pero no si señala con el dedo índice.»
Afirmaba también que las cosas de mucho valor tenían muy poco precio, y a la inversa: una estatua llega a alcanzar los tres mil dracmas mientras que un quénice[26]de harina se vende a dos ochavos.
A Jeníades, que lo había comprado, le dijo: «Disponte a cumplir mis órdenes.»Como aquél le citara los versos[27]:
«Remontan los ríos el curso hasta sus fuentes»,
Diógenes le replicó: «Si estando enfermo hubieras comprado un médico, ¿no le obedecerías sin decir remontan los ríos el curso hasta sus fuentes?»
A uno que le manifestó el deseo de filosofar junto a él, Diógenes le entregó un atún y le ordenó seguirle. Aquél, avergonzado de llevarlo, se deshizo del atún y se alejó. Diógenes se encontró con él al cabo de un cierto tiempo y, riéndose, exclamó: «Un atún ha echado a perder nuestra amistad.» La versión de esta anécdota que ofrece Diocles es, sin embargo, como sigue: Uno le había dicho: «Estoy a tus órdenes, Diógenes.» Éste le tomó junto a sí y le dio a llevar un queso de medio óbolo. Como aquél se negara, Diógenes exclamó: «Un quesito de medio óbolo ha destruido nuestra amistad.»
 Observando cierta vez a un niño que bebía con las manos, arrojó al suelo el cuenco que llevaba en la alforja, diciendo: «Un niño me superó en sencillez.» Asimismo se deshizo de su escudilla cuando vio que otro niño, al que se le había roto el plato, recogía sus lentejas en la cavidad de un pedazo de pan.
  Argumentaba así: «Todo pertenece a los dioses; los sabios son amigos de los dioses; los amigos lo poseen todo en común; luego todas las cosas pertenecen al sabio.»
Cierto día observó a una mujer postrada ante los dioses en actitud ridícula y, queriendo liberarla de su superstición, se le acercó y, de acuerdo con la narración de Zoilo de Perga, le dijo: «¿No temes, buena mujer, que el dios esté detrás de ti (pues todo está lleno de su presencia) y tu postura resulte entonces irreverente?»
Dedicó a Esculapio un luchador que se abalanzaba y golpeaba a cuantos se postraban ante el dios hasta dar con la cara en el suelo.
Solía decir que sobre él habían caído todos los infortunios de la tragedia, pues iba
«Sin ciudad, sin hogar, privado de la patria,
mísero, errante, mendingando el pan de cada día.»

   También decía oponer a la fortuna, el valor; a la ley, la naturaleza; a la pasión, la razón.
 Una vez, mientras tomaba el sol en el Craneo[28],Alejandro, deteniéndose frente a él, le ofreció: «Pídeme lo que quieras.»  «No me quites el sol», contestó Diógenes.
   Cierto individuo que llevaba largo rato leyendo en voz alta, dejaba entrever ya el papel en blanco, lo que indicaba que se iba acercando al final del texto: «¡Ánimo –exclamó Diógenes-, que al fin veo tierra!»
 A quien le había probado con sólidos argumentos que tenía cuernos, le replicó,   tocándose la frente: «Yo no los veo»[29]. Del mismo modo, cuando alguien le aseguró que no existía el movimiento, se levantó y se puso a caminar. A otro que disertaba sobre los fenómenos celestes, le preguntó: «¿Cuánto hace que llegaste del cielo?»
 Un depravado eunuco había grabado en el frontispicio de su casa la inscripción: «Nada malo entre aquí.»«¿Cómo, pues –se preguntó Diógenes- entra su dueño?»
Se aplicaba el perfume a los pies, pues decía que el aroma de la cabeza se perdía en el aire, pero desde los pies se elevaba hasta el olfato.
   Le encarecieron los atenienses que se iniciara en los Ministerios, asegurándole que los iniciados disfrutaban en el Hades de una posición privilegiada. «Tendría gracia –replicó Diógenes- que Agesilao y Epaminondas moraran en el lodo, mientras que algunos malvados, por el solo hecho de haber sido iniciados, habitaran en las Islas de los Bienaventurados.»
 Habiéndose subido unos ratones a su mesa, sentenció: «Mirad, también Diógenes alimenta parásitos.»
 Cuando Platón le motejó de perro, asintió: «Lo soy, en efecto, pues retorno a los que me han vendido.»
 En cierta ocasión, cuando salía de los baños públicos, alguien le preguntó si había muchos hombres bañándose, y respondió que no; pero a otro que le preguntó si había mucha gente, le contestó que sí.
 Platón había definido al hombre como animal bípedo implume, y su definición obtuvo gran fama. Diógenes desplumó un gallo y lo introdujo en la escuela, diciendo: «Este es el hombre de Platón.» A consecuencia de ello, se añadió a la definición: «Con uñas anchas.»
A quien le preguntó cuál era el momento más apropiado para comer, repuso: «Si eres rico, cuando quieras; si eres pobre, cuando puedas.»
  Viendo en Megara que los corderos llevaban la piel cubierta, mientras que los niños iban desnudos, concluyó: «Mas vale ser carnero de un megarense que hijo suyo.»[30].
A uno que primero le dio un golpe con una viga y luego le advirtió: «¡Cuidado!», le replicó: «¿Es que quieres volver a golpearme?»[31].
Solía llamar a los demagogos lacayos de la turba[32]; a las coronas, sarpullidos de la fama. En pleno día, iba con su candil encendido diciendo: «Busco un hombre.»
Cierta vez aguantaba a pie firme una tromba de agua que le calaba los huesos; como los presentes se compadecieran de él, Platón les aconsejó: «Si de verdad le compadecéis, dejadle solo.»[33]. Aludía con ello a su vanidad.
Cuando uno le asestó un puñetazo, se lamentó: «¡Por Hércules! ¿Cómo pude olvidar colocarme el casco para salir de paseo?»
También Midias le golpeó diciendo: «En mi banco hay tres mil más a tu nombre.» Al día siguiente, pertrechado Diógenes con unos guantes de púgil, le molió a golpes, repitiendo: «Aquí tienes tres mil a tu nombre.»[34].
Lisias, el boticario, le preguntó si creía en los dioses: «¿Cómo no he de creer en ellos, si te tengo a ti por enemigo suyo?» Otros atribuyen, empero, esta respuesta a Teodoro[35].
Viendo a uno que llevaba a cabo las abluciones rituales, le increpó: «¡Infeliz! ¿Acaso la abluciones te librarán de tus errores de gramática? Tampoco, pues, te purificarán de tus faltas de tu vida.» Reprochaba también a las gentes que en sus oraciones35 bis pidiesen sólo bienes aparentes, nunca los verdaderos bienes.
A los que se inquietaban por sus sueños, les censuraba que descuidaran lo que hacían despiertos y se preocuparan en cambio tanto de lo que imaginaban dormidos.
Cuando en Olimpia el heraldo proclamó a Dioxipo vencedor de hombres, Diógenes corrigió: «Vencedor de esclavos; yo soy el vencedor de hombres.[36].
Gozaba de la estima de los atenienses: en cierta ocasión castigaron con azotes a un jovenzuelo que le había destrozado el tonel, y ofrecieron a Diógenes uno nuevo.
Dionisio el Estoico cuenta que, tras la batalla de Queronea, fue hecho prisionero y llevado ante Filipo. Al preguntarle éste quién era, respondió: «Un testigo de tu insaciabilidad.» Fue alabado por esta respuesta y dejado en libertad.
Alejandro, cierta vez, envió una carta a Antípater, en Atenas, por mediación de un cierto Athlias. Diógenes, que estaba presente, sentenció: «Athlias, de Athlias, a través de Athlias, para Athlias.»[37].
Perdicas le había amenazado de muerte si no se presentaba junto a él, a lo que Diógenes respondió: «Nada hay de extraordinario: un escorpión o una tarántula podrían hacer lo mismo.» Más apropiada hubiera sido esta amenaza: «Aunque vivas lejos de mí, seré igualmente feliz.»
Proclamaba que los dioses habían otorgado a los hombres una vida fácil, pero que éstos lo habían olvidado en su búsqueda de exquisiteces, afeites, etc. Por eso, a uno que estaba siendo calzado por su criado, le dijo: «No serás enteramente feliz hasta que tu criado te suene también las narices, lo que ocurrirá cuando hayas olvidado el uso de tus manos.»
Viendo en cierta ocasión cómo los sacerdotes custodios del templo conducían a uno que había robado una vasija perteneciente al tesoro del templo, comentó: «Los ladrones grandes llevan preso al pequeño.»
Observando a cierto joven que tiraba piedras a un patíbulo, le animó: «Sigue así y alcanzarás tu objetivo.»[38].
A unos muchachos que le rodean y decían: «¡Ojo, no nos muerda!», les tranquilizó: «Descuidad, muchachos: el perro no come acelgas.»[39].
A quien se jactaba de vestir la piel de un león, le conminó: «Cesa ya de deshonrar los hábitos del valor.» A otro que celebraba la buena suerte de Calístenes, ponderando el esplendor que éste compartía junto a Alejandro, le corrigió: «Bien desgraciado es, que ha de comer y cenar cuando Alejandro le viene en gana.»
Cuando pedía dinero a sus amigos les decía que no mendigaba, sino que sencillamente reclamaba lo suyo.
Se masturbaba en medio de ágora, diciendo: «¡Ojalá el hambre pudiera ser también aliviada con sólo frotarse el estómago!»[40].
Viendo a un joven que se dirigía a un banquete junto a los sátrapas, arrancándolo de allí,le entregó a sus familiares, ordenándoles que lo mantuvieran vigilado.
A un muchacho afeminado que le había planteado una cuestión, se negó a responderle si antes no se despojaba de su ropa y mostraba si era hombre o mujer.
A un joven que jugaba al cotabo[41] en los baños públicos le dijo: «Cuanto mejor, tanto peor.»
En un banquete algunos le echaron huesos, como si fuera un perro: Diógenes, comportándose como un perro, orinó allí mismo.
A los oradores y a todos los que buscaban la gloria por medio de la elocuencia les llamaba «tres veces hombres», queriendo decir «tres veces miserables».
Al ignorante rico le llamaba «borrego del vellocino de oro».
Viendo en casa de un libertino un cartel que anunciaba «en venta», dijo: «Con ese empacho sabía que al final acabarías vomitando al dueño.»
Lamentándose un joven del número de galanteadores que le importunaban con sus solicitaciones, le replicó: «Despójate de las provocaciones que las incitan.»
De un baño público que estaba sucio, dijo:«Los que se bañan aquí, ¿dónde se lavan?»
Había cierto fornido citarista, despreciado por todos y a quien sólo Diógenes alababa. Preguntando por qué, respondió: «Porque, corpulento como es, se dedica a tomar la cítara y no al bandidaje.»
A otro cietaredo a quien el público dejaba siempre solo en mitad de su actuación, Diógenes le saludó: «¡Salud, gallo!» Preguntado por qué le llamaba así, respondió: «Porque cuando él canta se levanta todo el mundo.»
Estaba un joven discurseando en público, cuando Diógenes, que había llenado de altramuces el regazo de su vestido, empezó a comerlos, colocándose frente a él. Habiendo ganado así la atención de la concurrencia, manifestó que se hallaba admirado de ver cómo todos desatendían al orador para fijar la vista en él.
Alguien muy supersticioso le amenazó: «De un solo puñetazo te romperé la cara»; Diógenes replicó: «Y yo, de un solo estornudo a tu izquierda te haré temblar.»[42].
A Hegesias, que le había pedido uno de sus escritos, le reconvino: «Eres un iluso, Hegesias: no eliges los higos pintados, sino los reales; en cambio desatiendes la práctica[43] de la vida real y te interesas por la libresca.»
Echándole alguien en cara su exilio, repuso: «¡Infeliz! Gracias a él me acerqué a la filosofía.» Otro le recordó que los de Sínope le habían condenado al destierro; Diógenes le replicó: «Y yo a ellos a quedarse.»
 Vio cierta vez a un vencedor olímpico que conducía ganado: «Muy pronto, amigo mío –observó-, has pasado de Olimpia a Nemea.»[44].
Preguntando por qué los atletas eran tan estúpidos, respondió: «Porque se fabrican con carne de cerdo y buey.»
Estaba en una ocasión pidiendo limosna a una estatua. Preguntándole por qué lo hacía, contestó: «Me ejercitoen fracasar.» Para mendigar –lo que hacía a causa de su pobreza- usaba la fórmula: «Si ya has dado a alguien, dame también a mí; si no, empieza conmigo.»
A un tirano que le preguntaba qué bronce era el mejor para una estatua, respondió: «Aquel con el que se forjó la estatua de Harmodio y Aristogitón.»[45].
Interrogado acerca de cómo trataba Dionisio[46] a sus amigos, contestó: «Como sacos: les coge llenos y los deja vacíos.»
Un recién casado había colocado en una puerta de su casa el letrero:
«El hijo de Zeus, Hércules victorioso,
Mora aquí; no entre ningún mal.»
Diógenes añadió debajo: «Tras la guerra, la alianza.»
Decía que el amor al dinero era la ciudadela de todos los vicios.
Mientras observaba a un glotón que comía olivas en un mesón, dijo: «Si así hubieras desayunado, no habrías de almorzar así.»
Sentenciaba que los hombres buenos son imágenes de los dioses, y el amor ocupación de desocupados. A la pregunta sobre cuál era el mayor infortunio de la vida, respondió: «Ser viejo e indigente.» Preguntándosele de qué animal era la peor mordedura, contestó: «De los salvajes, la del sicofanta[47]; de los domésticos, la del adulador.»
Observando a dos centauros muy defectuosamente pintados, preguntó: «¿Cuál de ellos es Quirón?»[48].
Denominaba a los halagos «sogas almibaradas»; al vientre le llamaba «Caribdis de la vida»[49].
Habiendo oído que Didimo el flautista había sido cogido en flagrante adulterio, observó: «Su nombre sólo basta ya para colgarle.»[50].
Preguntado acerca de por qué el oro era pálido, repuso: «Porque tiene a muchos conspirando contra él.»
Viendo a una mujer que era transportada en una litera, exclamó: «No es esa la jaula que conviene a esa bestia.»
Observando a un esclavo fugitivo que estaba sentado en el brocal de un pozo, le advirtió: «Cuidado, muchacho, no vayas a caer.»[51].



[1]Sínope: Ciudad de Asia Menor, en el Ponto Euxino, al sur de la península del Quersoneso. Colonia del Mileto hacia 630, fundó, a su vez, colonias a su alrededor (Trebisonda, Cotiora, etc.). Pericles estableció allí una cleruquia hacia 440. Era entonces una próspera ciudad, dedicada al comercio (en particular, de pescado: en algunas anécdotas, de presumible elaboración folklórica, encontraremos alguna alusión a ello).
[2] Cfr. VI, 80.
[3]Paracharáxaitònómisma: falsificar moneda/modificar las leyes/transmutar los valores. Nómina es la moneda y ley, costumbre, uso. Sobre la anécdota y su interés para la datación de nuestro autor, ver nuestra introducción.
[4] El Pórtico de Zeus estaba situado al oeste del Ágora. El Pompeyonera un establecimiento público en que se guardaban estatuas y objetos necesarios para las procesiones (pompe: procesión).
[5]Olimpiodoro: Arconte ateniense en 294-3 y 293-2, quién obligó a Casandro a retirarse de la ciudad en 301 y liberó a Atenas del dominio macedónico, en el 288 (Pansanias, I, 26, 1, 29, 13; también Plutarco, Demeterio, 46).
[6]Metroon: Templo consagrado a la madre de los dioses, Cibeles. En sus dependencias se alojaba también el archivo de la ciudad.
[7] Juegos de palabras continuos: Chole/Schole(Bilis/Escuela); Diatribe/Catatribe(Diálogo/Ociosidad); Logón/Brogón(Razón/Soga), etc. Las apreciaciones se repiten en VI, 64, 41.
[8] Sobre Favorino, véase Introducción. Obsérvese de pasada que D. L. está siguiendo diversas versiones o colecciones de máximas, algunas de las cuales volverá a repetir.
[9] Como ha visto muy bien K. Reich en su nota a la versión de Apelt, Diógenes está burlándose del concepto de participación (méthexis), tan importante en el sistema platónico. Para Diógenes, la teoría de la participación de las cosas en su ida, gracias a la cual las cosas son lo que son, es un puro sin sentido, mera palabrería que no corresponde a nada real. Diógenes permite a Platón «participar» de sus higos en sentido platónico (es decir, como los higos participan de la idea de higo), no en el sentido usual de «tomar parte de una comida». (Cfr. Apelt, op. cit., 325 nota a pág. 307.) El resto de versiones malinterpretan el pasaje como reproche de la glotonería platónica («te dije que los probaras, no que los comieras todos»).
[10] Interpretando, también aquí con Reich (apaudApelt, 325, nota a pág. 307) que, según Soción, Diógenes se dirige ahora a Platón mismo («piso tu vanidad») y no, como en la versión anterior, a otros en presencia de Platón.
[11] Cfr. Arriano: Pláticas de Epícteto, III, 15,4. Cavar zanjas formaba parte de la preparación de los atletas.
[12]PerìKalokagathías.
[13] Para otra interpretación, M. Gigante, op. cit., 255.
[14] Lit., «con los dedos abiertos», es decir, con intención de dar y no de recibir.
[15][15] Posible lapsus de D. L. No hay entre los libros de Menipo ninguno así titulado, si bien la lista no es exhaustiva, Hübner y otros ―entre los cuales Nietzsche― conjeturaron «Hermipo».
[16]Palestra: Lugar de ejercitación para la lucha.
[17] Lit., «para que les salieran los colores», «para que enrojecieran», signo de buena salud.
[18] O, en la interpretación de Apelt, op. cit., 309: «Se aplicaba con tesón a compendiar las materias de estudio, de forma que pudieran ser retenidas con más facilidad por la memoria.»
[19]Lisiados = anáperos; Alforja = pera; áneu peras = sin alforja.
[20] Cfr. VI, 55.
[21] Cfr. VI, 43.
[22]Dólichos: Carrera larga de 24 estadios (4,5 km.).
[23] Gesto obsceno. Ver más abajo.
[24]Cerámico: Barrio de Atenas que debía su nombre a los talleres de alfarería en él instalados. Sobre la anécdota, ver en VII, 3, cómo Crates le da a Zenón una olla de lentejas para que la arrastre por el Cerámico, curándole así su timidez.
[25] Esto es, la diferencia loco/cuerdo va de un dedo: ya se ha dicho que extender el dedo medio era gesto tenido por obsceno. El párrafo debe entenderse como constatación de la arbitrariedad de los juicios y valores sociales.
[26]Quénice: Medida de capacidad de áridos, equivalente al antiguo cuartillo castellano, es decir, aproximadamente, un litro.
[27]  Eurípides, Medea, 410. Es decir, todo va al revés si los amos han de obedecer a los esclavos.
[28]Cranio: Suburbio de Corintio. Cfr. VI, 77.
[29] Se hace referencia a la conocida aporía del «cornudo», que se formula del modo siguiente: «¿Tienes lo que no has perdido?» —«Sí»—. «¿Has perdido los cuernos?» —«No»—. «Luego tienes cuernos.» Este sofisma y otros siete argumentos erísticos más, se atribuyen a Eubúlides de Mileto (c. 384-322), quien, por cierto, compuso una biografía de Diógenes. Eubúlides pertenece a la escuela de Megara, fundada hacia el 405 por Euclides Megárico, y que tanta importancia tiene en el desarrollo de la lógica.
[30] A determinada raza de corderos que daban una lana de gran calidad y vistoso color, se les cubría la piel para proteger la lana y evitar que se decolorase.
[31]  Cfr. VI, 66.
[32]  Cfr. VI, 24.
[33]  Cfr. VI, 48.
[34]  Este Midias es el mismo que golpeó en otra ocasión al orador Demóstenes, dando ocasión a que éste compusiera el discurso «Contra Midias». Intervino también en el proceso que tuvo entre Demóstenes y tutores.
[35]Teodoro el Ateo: Aparecerá después, en el capítulo dedicado a Hiparchia. Filósofo cirenaico, discípulo de Aristipo, famoso por sus sarcasmos a los dioses de la mitología, no fue ajeno al cinismo. Célebre es su respuesta a Lisímaco, que amenazaba con crucificarle: «Me es indiferente pudrirme en la tierra o en el aire.»
35 bis Leyendo euches.
[36] Cfr. VI, 33.
[37] Juego de palabras, basado en el significado equívoco de «Athlios», nombre propio y también adjetivo, significado «miserable»; de modo que el texto se puede leer: «Epístola miserable, de un miserable, a través de un miserable, para un miserable.» Por cierto que el primer «athlios» debe referirse a la carta, pues también el femenino acepta esa forma (por ejemplo, Alcestis, 1308). Así lo entiende el perspicaz traductor castellano, pero no el resto de versiones que cotejamos (ver en el vol. «Biógrafos griegos», ed. Aguilar, Madrid, 1964, traducción de José Ortiz y Sanz. pág. 1.258).
[38] En el doble sentido: «darás en el blanco»/«irás a parar a patíbulo».
[39] Cfr. VI, 61.
[40] Cfr. VI, 69.
[41]Cotabo: Juego consistente en echar las últimas gotas de vino de la copa en que se había bebido sobre un platillo de metal, interpretando el sonido así producido como oráculo amoroso. De ahí la respuesta: cuanta más suerte tengas en el amor, tanto peor para ti.
[42] Estornudar a la izquierda era de mal agüero.
[43]Áskesis.
[44]Nemea era ciudad donde se celebraban unos famosos juegos atléticos, los Juegos Nemeos; además «nemea» significa en griego «pastos».
[45]Harmodio y Aristogitón, ciudadanos atenienses que apuñalaron al tirano Hiparco en 514. Los atenienses les erigieron estatuas y les tuvieron por símbolos, honrando en ellos a todos los liberadores de la tiranía.
[46]Dionisio el Viejo (c. 430-367): Tirano de la Siracusa, célebre por su crueldad, aunque hábil político y estratega. Hacia el 388 recibió la visita de Platón ―primero de sus tres viajes a la isla―- Al principio fue bien acogido, pero luego cayó en desgracia y a punto estuvo de morir a manos del tirano. Pudo escapar de la isla, pero, por instigación de Dionisio, fue vendido como esclavo por el capitán de la embarcación que le llevaba de regreso a Atenas. Por fin, pudo ser rescatado por sus amigos y volver a Atenas.
            Dionisio el Joven: Tirano de Siracusa (367-344), hijo y sucesor de Dionisio I el Viejo. Dejó al principio el poder en manos de su tío Dión, amigo de Platón, dando lugar a la segunda y tercera venida de este último a Sicilia. Más tarde, tomando personalmente las riendas del poder, obligó a Dión a exiliarse, pero éste consiguió apoderarse por la fuerza de Siracusa (356), desplazando a Dionisio del trono. Tras el asesinato de Dión aprovechó para volver a Siracusa, pero, ante la oposición de las ciudades de Sicilia y obligado por Timoleón, renunció al trono y se retiró con sus tesoros a Corintio.
            La anécdota puede hacer referencia a cualquiera de ambos Dionisios, aunque más probablemente al segundo.
[47]Sicofante: Delator. La denuncia ante los tribunales por intento de conspiración era práctica corriente entre enemigos políticos, de modo que el oficio de sicofanta tuvo muchos cultivadores, creando una situación de inseguridad denunciada por oradores, políticos, historiadores y filósofos.
[48]Cheírones nombre propio del centauro (Quirón) y adjetivo significando «peor»; de modo que Diógenes pregunta «cuál es peor».
[49]Caribdis: Remolino que engullía las naves que se le aproximaban. Frente a Caribdis, Escila, (monstruo femenino de cuyas ingles nacen seis medios perros con una cabeza y dos patas cada uno) devora a cuantos marinos se le acercan huyendo de aquél: de ahí la expresión: «Estar entre Escila y Caribdis.»
[50]Didýmon, nombre propio; Didy-mos: «doble», «gemelos», y de ahí, «testículos». El que además sea flautista, completa el cuadro.
[51] En el doble sentido de «caer»/«caer preso». Phréarposee también el doble sentido de «pozo» y «tribunal» (Genaille, op. cit., 276, núm. 36).

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